Aviso a los lectores

A quien sea que llegue a este blog debería dejarle saber lo siguiente: a partir del texto El Muerto comenzó una etapa de nuevos relatos en este blog.

Éstos están escritos gracias un taller de escritura que hemos ideado mi primo Valerio (quien escribe genialidades en Mil Caras) y yo.

Escritor No Válido estuvo pausado desde 2016 (creo). Uso la palabra pausado porque nunca fue mi intención dejar de escribir, pero ser joven tiene algunas consecuencias totalmente irrelevantes para este aviso. Lo que quiero decir es que, con este taller, estoy intentado que mi primo y yo por fin nos pongamos manos a la obra, y dejar de lado el bloqueo de escritor para retomar una de las pequeñas partes que nos llenan.

Supongo que debería dejar la pequeña nota de que probablemente los estilos literarios (aficionados y totalmente criticables) serán muy diferentes en cada nuevo relato. O tal vez no.

En fin, concluyo sólo pidiéndoles sus más honestos comentarios; la intención del taller es practicar, editar, corregir y mejorar en cada relato. Sus críticas son necesarias y más que bienvenidas.

Gracias, nos leemos pronto.

Things that you don’t have to know

There are certain things in everyone’s life that should remain unknown. Like dropping food to the floor, picking it up and still serving it to the clients. Or how pigs and chickens and cows and sheeps get to be slaughtered with a machine that cuts their throats, get tossed around in unhealthy facilities and their meat is still distributed around the world. Or how a farmer was killed and tossed around using this same method.

Short story written in 2015 but just published on December 12, 2021.

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El Boyscout

Estos hijos de la verga me traen caminando por una carretera y los pendejos no se dan cuenta que me doy cuenta. En fin, ¿qué se puede esperar de estos niñitos empoderados con pistolas? No tienen ni puta idea de que fui un boyscout bien vergas.

Mañas: ¿Y eso a quién chingados le importa, Jiménez?
Boyscout: Que le valga verga. Me enorgullece decirlo, ¿y qué pedo?
Mañas: Pues que nos vale verga. 
Boyscout: Por eso no saben ni limpiarse la cola. Tú, tú y tú mañana se mueren a la verga y yo aquí me quedo hasta que se acaben todos. 

Pinche gente que se toma todo personal. Si yo digo que fui boyscout a diestra y siniestra, ¿a estos tres pendejos en qué les afecta?

Mañas: Así que el boyscout, ¿eh?
Boyscout: Simón. ¿Qué pedo?
Mañas: Nomás, que me cago de la risa. ¿Qué esos pinches ñoños no se la pasan jalándosela con sus paliacates de cagada?
Boyscout: Simón, tu jefa trae el mío para limpiarse las lágrimas. 

Ya sabía que me iba a partir la maceta, pero lo hocicón no me lo van a quitar. Ya el sabor a metal en los cachetes me vale pito. Me he descalabrado un chingo de veces cuando me caía de los árboles que trepábamos. Uno se acostumbra a los putazos.

Mañas: Ahorita vemos quién se limpia las lágrimas con qué, hijo de tu puta madre.
Terco: ¿Ya viste ese hoyo a lo lejos? Ahí cabes rebien. Es más, la hacemos tu alberquita de lágrimas, compa, así como dice la canción.
Sordo: ¿Cuál canción? 
Terco: ¿No dice eso? ¿Alberca de lágrimas?
Sordo: ¿No será mar de lágrimas? Además, ¿qué pinche canción es?
Terco: La neta ni me acuerdo. 
Mañas: Ya cállense a la verga. Sobres, sácate la ropa, pinche ñoño.  
Boyscout: Ya sabía que son reputos.
Mañas: Ya me dejaron de dar risa tus mamadas. Terco, tráete el tambo de gas de la camioneta.

A huevo. Con gasolina sí puedo jugarla. Ahorita me saco el pedernal del zapato y me la busco. Estos tres pendejos no valen verga ante un pinche boyscout bien preparado. 

Terco: ¿Dónde pongo el tambo?
Mañas: Aviéntaselo encima. Y tú no te muevas, pinche ñoño pendejo.
Ñoño: Mínimo deja me quito bien los zapatos. ¿Me querías ver encuerado, no?
Terco: ¡Jaja! Déjalo, Mañas. No se le vayan a ensuciar.
Sordo: Weyes, no mamen, si lo quemamos vamos a hacer un desvergue de humo. Mejor ya chíngatelo, Mañas.
Terco: Ah, perro desesperado, aguanta vara.

Igual y los salpico de gas ahorita que me la echen y así los 3 nos vamos a la verga. Nel, qué verga, yo no me voy, ahorita me las busco para chingármelos. Contra un boyscout estos pendejos se la pelan.

Mañas: ¿Qué traes en la mano, pinche ñoño?

Nomás el Mañas acabó de escuchar lo que dijo, porque con el riflazo todos se ensordecieron. 

Mañas: ¡CHINGADA MADRE, SORDO! ¡YO ME LO IBA A CHINGAR!
Terco: ¡No mames, Sordo, le dejaste un hoyo donde tenía el cerebro! ¡Pásate de verga!
Sordo: Ya vámonos a la chingada. Yo no sé por qué verga pierden el tiempo con este pinche ñoño. Lo mismo dejarlo vivo que muerto, sólo me lo chingo porque ya estoy hasta la verga de sus pocos huevos. El día que se chinguen a alguien del CJNG ahí sí les respeto sus mamadas, pero no mamen con esto. Se aprovechan de puro pendejo y a la hora de los vergazos se cagan. Ya, a la verga, vámonos y déjense de mamadas.
Terco: Ira, we, la neta sí cupo bien en el hoyo.

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El Degenerado

A Victor le gustan las viejas. Un chingo, la neta sí. Y el trap. Los videos que pasan en la pantalla del Telcel del Crucero donde hace base el camión son los más perros. Cada que se trepa a la ruta saliendo de la chamba se da vuelo con unos dulces y le manda mensajillos a las morras más rikolinas en su feis. “Ke ermoza te vez, ke tengas linda noche”. En su smarfon que compró en ese mismo Telcel también jalan los videos mientras se cuelga al internet de la Ruta 2. Ese smarfon se lo compró en ese mismo Telcel porque la morrita en tacones le dijo que si se lo compraba le daba su número.

—Mira, aquí está, a mil varos me salió, y contigo puedo gastarme más. Ora sí, pásame tu número.
—Sí, sí, apúntale. 998 135 2454.
—Ya está. Estás bien guapa, la neta. Te voy a mandar mensaje.
—Hoy no te contesto porque estoy jalando, pero después te lo contesto.

Todos los días después de la putiza en la cocina del hotel checa sus mensajes a ver cuántas morritas le contestaron o, cuando menos, leyeron sus mensajes, pero eso sí, nunca olvida escribirle a la chiquilla del Telcel.
—Hola guapa. Haber si hoy sí me kontestas. Otra vez me bajo en el telcel, haber si hoy me toka verte.

Con el vuelo del dulce y el camión bien fresco se ondulan las rolitas en sus oídos. Nomás se acerca al Crucero y comienza el trap, pinche purobabiloniacontudemonia. Todo de un un jalón, traigoatubichenmiranfla.

En la Ruta 2 del famosísimo camionero Kutz le pasa más la movida porque lo tiene bien tuneado con unas luces neon y subwoofers mamalones. No lo espera mucho porque por lo general a esa hora ya anda dando sus volteones el bato. “CevicecentrochedrauitulumADOcruceroooooooo”. Y el Victor se cuchichea unas rimas:
—Jaláte pesado pal lado aperrado…
El… Un kilo me pesa el colgado.
Las morras me tientan pero yo resisto,
Me tiran al piso y yo me desvisto.

A veces las rimas no le salen chidas, pero si le pones un trap chingón le salen naturalitas. Siempre se arrastran más chingón las palabras con los dulces que le compra al gordo barbón afuera del Coco Bongo. Entre rimas, mensajes, trap y feis con morritas sexis, unos pantalones aguados tienen sus ventajas, porque eso de ver morritas en el camión sí le prende la leña. Si al bajarse del camión anda carpudo y una morrita se arrima, no se lo esconde todo. Habrá alguna mirona que sea igual de caliente que ese güey y un día haga jalón.

—Monita monita, la morrita que me saca la lirica tumbada se aplica.

Un día de esos el vibrador sonó para decirle:
—Ey, morro, jálate atrás de la tienda, acá ando. Soy la del Telcel.

—Assuputammmmadre.

El mensaje le hinchó los huevos. Ese día ya andaba bien endulzado y arrastrando palabras y patas. Le caminó con ganas por la banqueta hasta el callejón que guardaba el chingo de cajas de material de telcel y cintas hechas bola.

—Mmmmmmi guapitaaaa. ¿Nnnnnntassssseeeeeh?

Tanto dulce le estaba provocando perder sus capacidades motrices. El vestido morado, luego verde, luego rojo, luego azul, se le veía chingón a la morrita. La neta, el Victor desde el piso gozaba del paisaje de piernas y brasier picudo que se marcaba a través del vestido. Tal vez la pregunta de cómo llegó al piso sería relevante en otro momento, pero ahora mismo le brincaban un chingo los ojos a la morrita y eso como que lo mareaba, y las manos en su entrepierna le invitan a bajarse el cierre, pero pinche cierre serpenteaba muy cabrón; no se dejaba agarrar la chingadera. Su playera amarilla, luego naranja, luego roja, luego negra lo mareaba mientras se buscaba la verga. Mientras, la morra se sacaba del vestido algo que parecía otra mano, y empezó a blandirla mientras se le paraba encima al Victor. Él nomás veía cómo le resorteaba la mano derecha sobre la supuesta mano extra, mientras que la izquierda, contra la pared, sostenía el bulto de mujer sobre el morro.

Y al fondo, el trapazo retumbaba: «Pinche motorolocolormorona locoloco. Yamepegó, andoalmillón, voyapegarenBabilón».

No entendió por qué la morrita le escupió en la cara y se le quitó de encima con una lentitud que le hizo entrar en un pánico profundo. Victor se sintió el calzón mojado y la carpa del pantalón azul, negro, morado más grande que nunca.
—MMMMMOFFFFFFFRO PNNNNNNMMMEJO —le transmitió de alguna forma extrasensorial la morrita.
—Mmmmmorrrrrita, nnnnnn tchhhhh vaiasssss.

—Pararme me costó un chingo y me camioné en el paradero. Llegasi carando a la casa me babée la limpia y el pescado a olor me maceteó la penetra —contaba Victor de alguna forma a sus roomies. —Ocop a Ocop uif ercuperadon la conisceniza trasmien aminacaba pro el jallekon.

—De nuevo este pendejo con sus mamadas. Güey, aviéntalo a la regadera con todo y ropa. Qué puto asco.
—¿Nunca se da cuenta del pedo que trae, o qué verga?
—Yo qué se, güe. Viene más viajado cada día.
—Neta un día lo van a correr del jale y ahora sí va a valer purita verga.
—Purita verga es lo que le pusieron en la cara. Ni pedo. Si lo cachan con los mecos en la cara como ahorita, seguro sí lo mandan a la verga.

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El Muerto

–Si de aullar no le paraba — decía Juancho–. Perro hijo de su puta madre jodón. Sí lo quería un chingo, pero la neta fue su culpa.

–Puto ojete –dice El Pepón–. Los pinches animales sienten como nosotros, ¿o no sabes, pelaná? Aparte eres bien perro mentiroso, si era bien chido el bato.

–¿Qué le hago, we? Yo no se la dejé caer. La neta, pinches mamadas, pasó de la nada, ni tiempo de voltear me dio, nomás vi cómo el culero se hacía cagada.

–No le digas culero, puto. Tenle respeto, ese perro te daba clases de humaidad, we.

–Ya, al chile, pobre perro, sí lo quería, y no hubiera querido que le pasara nada, pero te pasas de pendejo tú.

–Échamela a mí, mamón. Tú fuiste el pendejo que se recargó por valer pura verga.

El calor era algo que no afectaba al Muerto. A ese pinche Perro, más que no afectarle, se le resbalaba por las babas. Andaba por la calle dando unas pinches zancadas como si flotara el hijo de la verga. No por nada le decían El Muerto. A todos caía bien el güey, no por muerto, pues, pero porque era bien pinche calmado, tanto que parecía que estaba muerto el menso. Toda la colonia lo conocía y cuidaba. Tres pisadas y una caricia de Doña Chanclas, otras 6 y una de Don Cristobal, 10 para allá y la Neri ya le daba unas nalgadillas, unas dos más y los pinches mocos de la esquina ya lo traían azorrillado de gritos, jalones, vueltas y correteos. Vida chida la de ese cabrón. Hasta El Ñero, ése de los pinches tacos de lechón chingones, le aventaba las tortillas que medio se le quemaban, las sobras de los platos de la bandita, y hasta la cebolla asada.

Neta, vida de lujo que tenía el Muerto, hasta que al baboso de Juancho se le ocurrió meterse en la casa ésa, toda pinche abandonada. La casa ésa que está toda enmohecida, tanto que ni arañas tiene en las esquinas. La que no tiene más que el pinche esqueleto de ladrillos deshaciéndose. Donde el hijo de la chingada del Raspaculos va y se chinga a la morra de la casa 73. Donde la otra vez estaban gritando “di mi nombre, hijo de tu puta madre”, y salimos corriendo hechos la verga y cagados de la risa. Donde los mocos encontraron un charco de sangre y unas uñas, según ellos.

El chiste es que el pendejo de Juancho se metió a la casa y se llevó al Pepón con él, y de pura casualidad, ahí andaba el pinche Muerto y los siguió.

Dice el Pepón que iban a ir por unos ladrillos porque en la casa ya no tenían dónde sentarse con tanto morrillo que le hacen a la jefa de la Rana. A mí se me hace que el par de putos se la iban a jalar. Sí, a mí no me hacen pendejo, bien vi esa pinche revista mugrosa que se robaron del Oxxo donde traba el Chimuelo.

–Eh, Chimuelo pendejo: ¡chúpala!

–¡Váyandse a la vefga, putods!

Yo creo que no le habría habría pasado nada al Muerto si el pendejo del Juancho no se hubiera subido a la azotea. Esa pinche casa ya está pa’la verga, toda culera y cayéndose a pedazos. Ese pinche Don la neta debió haber donado el terreno a la racita, si bien que espacio nos hace falta. Dice mi jefe que el que era el dueño tenía la intención de vivir toda la puta vida ahí, como el pinche mayita mismo que mi jefe dice que nos dio la vida hace quién sabe cuántos siglos. Lo cierto es que el Don nunca vio venir la ciudad. Cuando llegó el Tarzán, como le dice mi jefe, no había casas alrededor. Era la pura pinche jungla con sus hormigas encabronadas y víboras mordelonas y changos flacos como el Hueso y hasta pinches jaguares tragapájaros como esos de pecho azul que tanto me maman. Quién sabe en qué movida consiguió el terreno. La neta yo lo hubiera rechazado: está hasta la verga de lejos de la playa y nomás vino a caer puro pinche podrido de la cartera como uno. Pero bueno, Don Pendejo se quería sentir mayita y vino a poner su templo de Kukulcán, hasta que le cayó la voladora, cuando el Mañas le soltó unos plomos por andar de chismoso en la podada del Panista.

Pinche Juancho pendejo, la neta, como si no se acordara que la pinche pared del techo estaba floja y ya con un soplo se iba a la verga. Se recargó para asomarse y se fue todita encima del Muerto, todita desde el segundo piso. Nomás espero que al perro cabrón le haya caído un ladrillo directito en la quebesas pa que se fuera al instante. Nomás me da asco de acordarme de lo que platicó el Juancho: traía la panza toda hecha cagada cuando el Juancho le quitó de encima los ladrillos, dijo que traía las costillas hasta al revés el pobre perro.

Pinche Pepón y Juancho, que se vayan mucho a la verga.

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No te vayas, París

Te siento tan lejos, París. Como si hubieran pasado años desde que te vi por última vez. Tu recuerdo lo tengo poco presente, y no sé por qué.

París, me dueles en la memoria. No sé por qué no me puedo acordar de tus finos detalles, de tu grandísima consideración en brillar mientras te tuve en mis ojos, de tu triste despedida llorando y yo lloviéndote encima. Me dueles en el corazón.

Te siento tan cerca de mi melancolía y tan lejos de mis recuerdos. ¿Por qué, París, por qué me haces esto? ¿Por qué te empeñas en alejarte de mí? Recuerdo que yo quería dejarte en lo eterno, contemplarte en mis palabras, pero no me dejaste. Te miraba por horas, te caminaba, tocaba y escuchaba día tras día, y tú no te aferraste, ni lo harás.

No me hagas esto.

Te siento perdida, París. Tu agua se escurre en mi ropa y se seca, desparace, como tú (mal) haces en mí. Te tuve entre mis manos, en el reflejo de mis ojos mojados, en la punta de mi nariz color serrano. Y tú prefieres alejarte, abandonarme poco a poco. Si yo te quiero, te quería tanto. Si yo te sigo queriendo, añorando. ¿Qué no me ves, atorado en este nudo que no deja derramar ni una gota, ni un gemido, porque no te encuentro bien?

¿Por qué me dejas solo, por qué no me quieres acompañar? ¿Es que fue muy poco, muy rápido, muy superficial? Dime qué te hecho que no te quieres quedar? No entiendo, querida, si yo te di todo lo que tenía encima. ¿Qué más querías de mí? Si yo en ti me perdí, por ti estaba perdido, contigo llegué perdido.

¿Qué es, París, lo que te hace escaparte del negro de mis párpados?

Por favor, regresa, que sin ti no puedo deshacer este nudo. Regresa que te quiero, que te necesito. Yo sin ti no puedo.

 

 

Chávez

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Las máscaras

Aquí estoy. Lo juro.

Bueno, por lo menos pensé que lo estaba.

Esto es muy pesado, ¿sabes? Empezó siendo una, no sé ni por qué motivo. Era removible, claro, pero nunca la removí; siempre fue más cómodo traerla encima. Era una solución simple y fácil para no tener que estar tan descubierto. Lo que no sabía era que el mal es degenerativo.

Empezaron a ser más, una sobre la otra, porque la primera ya no era suficiente, la primera no me cubría lo suficiente, todavía se podía ver a través de ella. La cuarta, quinta, sexta… no sé tampoco cómo se crearon ni cómo diferenciarlas. Me cubrían, pero no lo suficiente. Necesitaba más.

Luego de haber puesto encima no sé cuántas, luego de que ya no sabía por dónde mirar, descubrí mi enorme capacidad por intercambiarlas. Y así las fui intentando clasificar. Yo, el que está aquí, no sé de las demás, pero tenía bien clasificadas a la mías. El que está allá, debajo de todo esto, el que asoma de vez en cuando un ojo preocupado, él sí sabía cuál es cuál, y cuándo usar cuál, cuándo dejar caer unas pocas, cuándo volver a ponerlas, cuándo crear más, cuándo eliminar otras. Pero creo que a todos los que estamos aquí, incluyéndome, se nos pasó la mano.

Cada una de las que fueron creadas empezaron a querer cubrirse: resulta que ellas también sentían y tampoco querían ser vistas. Entonces empezaron también a taparse, ellas querían sus propias. Crearon más y las encimaron cada una como iban saliendo, en ningún orden específico, y el que está abajo empezó a perder el control sobre nosotros.

¿Saben? Yo creo que el error más grande que pudo haber hecho el que está allá abajo es haberlas… habernos hecho de lodo. Entiendo su lógica: algo muy moldeable y fácil de remover, eso sí. Pero no es manipulable en grandes cantidades. ¿Me escuchas? No es manipulable.

¡NO LO ES!

Supongo que ahora es obvio; cuando todo empezó no lo fue tanto. Tanto lodo no sólo cubre la cara. El lodo, cuando fresco, cae. No se queda en un solo lugar, estático. Tal vez pensaste… pensamos que se iba a secar rápido, pero no fue así ¿verdad? Gracias a ti todos pensamos lo mismo, y el lodo menos se secó. Ya después no sólo lo teníamos en la cara, se cayó de la cara al cuello y del cuello al pecho, recorrió el estómago; de la frente al cabello y hasta la nuca; y echándole al montón, claro que iba a caer a la espalda. Las manos que le dieron… nos dieron forma ya no podían hacer ni una sola figura: de dedos a codos, de codos a hombros, estaba ya todo atascado de lodo.

Cuando se dio… nos dimos cuenta, quisimos deshacernoscada uno de sus propias. Desde abajo vino una enorme sacudida y cayeron pocas, pero la cantidad que teníamos encima era simplemente irremovible.

Pronto el peso nos ganó. Perdimos el equilibrio. Caímos. Ahí, en el piso, y gracias a tan ligera caída, entendimos que iba a ser imposible quitarnos a todas de encima. El lodo nos llegaba a los tobillos y, sin poder ya controlarnos mucho, nos hunimos un poco en las que habían caído con el tiempo y sacudida.

¿Y ahora qué hacemos? Ya no me puedo quitar las que yo creé, ellas crearon y tampoco pueden quitarlas. El que está abajo se retuerce para tratar de quitarlo todo, pero creo jamás se dio cuenta de que el lodo sigue fresco.

Los demás pensamos que ya no queda más por hacer que dejar retorcerse y respirar, esperar a que el lodo se seque.

Yo, el que está aquí. me asomo y me asusto. Creo que esto va a hacer que nos descubran.

Pancho Roballaves

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María, yo y las cenizas

María es una chica normal. O eso es lo que uno pensaría al verla. No, mentira: uno pensaría que es una chica rara. Esa ropa oscura y ancha para su delgado cuerpo, esos zapatos de mal gusto, la cabeza baja y la mochila lila con forma de tubo la convierten en un personaje que, a pesar de no quererlo, llama la atención.

No siempre tiene la cabeza baja. Martes, jueves, sábado y domingo camina a paso apresurado, con la espalda bien derecha y la cara casi viendo al cielo. Lunes, miércoles y viernes actúa de forma totalmente contraria, como cuando salía  con su novio, pero también de forma contraria; o sea, alegre.

Lo sé, es difícil de entender, pero también María lo es. Por lo menos eso es lo que ella me dijo:

—Sé que me sigues. No me importa. No tengo nada que perder.

—No, yo…

—Ganas de hablar me faltan -me dijo, un poco nerviosa—. ¿Por qué no mejor me dejas sola? Anda, vete —y con un gesto extraño y rudo de su mano, me pidió alejarme y, sin querer, tiró la mochila lila al piso. Algo que parecía un envase se abrió y cayeron cenizas de él. Las recogió, las trató de meter en la cosa ésa como envase, cerró bien la mochila y yo, atónito por los gemidos de María, retrocedí primero lentamente y después a paso acelerado.

No. No es que yo la siga, es que siempre vamos al mismo lugar, los mismos días, a la misma hora. Increíbles coincidencias. Eso desde que su novio desapareció hace más de un año.

Pobre. Ahora, en vez de a su novio, trae lunes, miércoles y viernes esa mochila lila, inclusive después de nuestro pequeño incidente.

Cambié de parque para evitar su molestia, me fui a uno a muchas cuadras de distancia, pero ella apareció en él, sentada, con su ropa ancha, sus zapatos de mal gusto, la cabeza baja y esa estorbosa mochila lila en forma de tubo.

El viernes hablaré de nuevo con ella. Tal vez me explique por qué me sigue y, si tengo suerte, lo de las cenizas.

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Apuntes mentales/Mezclas

Escribir post. Página abierta. Página en blanco, mente llena, mano inmóvil.

 

Tengo mucho que no escribo. Pienso que escribo, imagino que escribo, pienso que imagino que escribo, escribo que pienso que imagino que escribo, y eso ya es el acto actual en acción. Pero tú lees, y yo escribo. Y tú lees que yo escribo que tú lees mientras escribo, y sólo le saco a ir al punto. Escribo catarsis. escribo en catarsis. Necesito sacarlo, salirme, acabarlo.

 

La música suena y ya hace mucho que no hacía headbanging (pausa para sentir el escalofrío, la llegada de la cima y el descenso a putas perras patadas y putazos en pedregosa y esto ya no es repetitivo). Igual, el eco suena y hace mucho que estoy en este estado sedentario, con sed de algo que acabe en entario. ¿Quién eres? ¿Por qué lees esto? ¿Crees que le vas a encontrar algún sentido al sinsentido? Yo, el que escribe, no sabe ni qué escribe, y aún así escribe, como si quisiera saberlo. Si tú no sabes, yo menos. O al revés. Y tú sigues buscando, y yo también.

 

Te leí. A ti. O bueno, pretendí que te leía, pero no lo hice. Pasé mis ojos sobre el papel virtual de tus escritos y me dio flojera leerte. Porque vas a ser famoso, por eso. Porque estás en la onda. Porque tienes mentalidad New Age, hipster, pero de ése que no es hipster. Vamos, porque sigues la moda. Y la moda quiere más moda, y tú no estás de moda, pero la sigues, y eso te hará famosa. Y tú, lector, sigues leyendo, en redundancia.

 

¿Y si el estilo ya se acabó? ¿Y si ya no hay nada que agregarle? Entonces esto ya se acabó desde hace mucho. ¿Y aquí qué sigue? ¿Releer al infinito? Yo que le quiero ofrecer y yo que no lo hago, y que no sé cómo y yo que soy problema, y yo que los genero. Está cabrón, we. Estás cabrón, we.

 

¿Porqué sigues leyendo? ¿Por qué esperas que esto acabe? Y si no acaba, y si sigo enredando lo que ya enredé; y si enredo mis enredos con otros que ahorita me haga. Eso fue pregunta o afirmación. ¿Y esto?

 

Ya no leas. Y haz como que no lo hiciste. Sobre todo este texto. Mira, te ayudo.

Un día fui lo que nunca seré hoy, ni mañana.

Ese día fui de todo. Ese día no faltó un querer ser. Qué mal que en el futuro uno acabe siendo nada en absoluto, sobre todo por haber sido tantas cosas.

No es nostalgia, ni resentimiento, solo es recuerdo. Son juicios, comparaciones.

Un día fui